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EDICION VIRTUAL DEL PERIODICO DE MARIA DE LAS CARCELES | AÑO 2 NRO. 5 | JULIO 2002
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Mi primera vez en la cárcel
El siguiente es el sorprendente y emocionante relato de Cesar Mayer, voluntario en el área de catequesis de "María de las Cárceles", en ocasión de su primera visita a las Unidades Penales de Florencio Varela. Un largo día que tuvo sorpresa, miedo y admiración en grandes dosis.

Un martes de marzo visité por primera vez las unidades penitenciarias de Florencio Varela. No es fácil resumir el alboroto de emociones y experiencias que viví aquel día. María de las Cárceles había decidido llevarles un cargamento de alimentos para paliar una situación de carencia generalizada que ya duraba varios días. Esta situación delicada obviamente era consecuencia de la condición general que afecta a todo el país, más allá de la buena voluntad del Servicio Penitenciario Bonaerense. En esa inesperada misión tuve la felicidad de acompañar a Adriana y Silvia, oficiando de improvisado voluntario y chofer. Ellas se habían encargado de reunir los fondos y de comprar los alimentos (por suerte, había de todo). Cuando llegué a la sede de Lacroze las bolsas desparramadas cubrían gran parte del poco espacio disponible en la superficie del local. Mi compromiso con Adriana había sido que yo las llevaba a Florencio Varela a la mañana temprano, pero debíamos estar de regreso en la Capital para el mediodía, por razones mías de trabajo. La respuesta telefónica de Adriana fue un largo e incuestionable "por supuesto !...". En ese momento no advertí que respuestas como esa eran una de las claves del habitual éxito de Adriana en sus emprendimientos...

Con la ayuda de Pepe y Juan, dos liberados que colaboran en la sede de María de las Cárceles, cargamos la pick-up de un amigo, que dejamos estacionada precisamente enfrente de la comisaría aledaña, previo permiso de la autoridad. Para bajar los bultos y trasladarlos por la calle en el fragor del gentío que puebla Chacarita a las 8 de la mañana, tuvimos que usar a modo de changuito dos sillas con rueditas, tipo escritorio, que adornan la sede de la asociación. La carga llevó su tiempo y una vez concluída partimos, justo cuando empezaba a caer sobre la ciudad una copiosa llovizna. Adriana y Silvia se preocupaban por la gran cantidad de harina transportada en la caja descubierta, que viajaba en las habituales bolsas de papel; el resto de los alimentos tenía embalaje impermeable. Las chicas sugirieron parar un momento para cubrir la carga con un paño que habían traído, a modo de cobertor. Al estirarlo bajo la lluvia advertimos que el paño era poco más grande que un repasador..., con lo cual inmediatamente retomamos la marcha e internamente pedimos a Dios que la lluvia no perjudicara los alimentos. Dios cumplió (de hecho, siempre cumple, cuando lo dejamos).

El trayecto a las cárceles de Florencio Varela comprende lugares tan ignotos para mí como el llamado "triángulo de Bernal". Cuando Adriana lo mencionó me sonó a "triángulo de las Bermudas". Cuando lle-gamos Adriana me dijo sentenciosa: "aquí no pares, hay que seguir andando pase lo que pase...". Con el ánimo tranquilo por ese comentario, seguí disfrutando del viaje. Silvia estaba provista de una surtida bolsa de medialunas y vigilantes, que venía de-gustando sin parar. Adriana se excusó por razones de dieta. No obstante advertí que ambas ponderaban las facturas, lo que me hizo sospechar que las habían probado al unísono un rato antes. Yo comí algunas, tanto como para decir "probé"; pienso que ser voluntario, después de todo, tiene sus compensaciones.

A la altura del triángulo de las Bermudas el motor de la camioneta comenzó a toser y a tironear imperceptiblemente y yo temí por lo que pudiera suceder con nuestro apetitoso cargamento, con la camioneta y con nosotros. Una medialuna me que-dó súbitamente atragantada. Pero con la debida asistencia divina pudimos continuar el viaje y las chicas no se enteraron del momento de tensión.
Llegar a las cárceles de Florencio Varela lleva mucho, mucho tiempo. Y el viaje en sí mismo es cansador. Para entonces yo estaba cansado del viaje, de cargar las bolsas, y del estrés que me provocaba toda la experiencia que recién comenzaba. Adriana y Silvia, como si nada, se las veía contentas.

Varios kilómetros después de pasar la ciudad de Florencio Varela, se dejan ver los muros, alambradas y torres del complejo penitenciario. Son una presencia sorpresiva e inquietante en medio de un campo muy verde con vacas. El desvío de la ruta que conduce a las cárceles es transitado por muchas personas de a pie, que peregrinan desde las paradas de colectivos sobre la ruta, hasta el complejo penitenciario. Se trata de familiares de internos o pobladores rurales de la zona. El guardia de la primera alambrada nos pide que nos identifiquemos. Adriana contesta "María de las Cárceles" y la entrada es franqueada de inmediato. En el edificio principal dejamos nuestros teléfonos celulares y los documentos personales. Los oficiales que nos ven se acercan a saludar a las chicas con un beso. Adriana y Silvia los saludan uno a uno por sus nombres, les preguntan por sus esposas, sus hijos, por sus vidas. Los oficiales se ven contentos de verlas. Yo igno-raba que en la oficina del jefe de unidad nos esperaba una reunión multitudinaria compuesta por oficiales del Servicio Penitenciario, funcionarios del Ministerio de Justicia bonaerense, un abogado de la Defensoría de San Martín, el Capellán Mayor del Servicio Penitenciario, etc.. Adriana y Silvia son bien conocidas. Me presentan como "nuevo voluntario de María de las Cárceles". La reunión comienza de manera muy formal, las chicas leen la lista de los alimentos que la asociación ha llevado. Luego se labra formalmente un acta de recepción. El jefe de la unidad, que es nuestro anfitrión, habla seriamente de la importancia de la tarea desa-rrollada por la asociación, y de la ayuda que significa para el buen funcionamiento de las cárceles. Percibo que habla con sinceridad. Los señores del Ministerio de Justicia, de pie, señalan que sus órdenes son ponerse a disposición de Adriana y de María de las Cárceles para cualquier cosa que necesite. Cualquier dificultad, queja o inquietud, debe serles avisada de inmediato, de día o de noche, a la hora que sea, para que ellos le den solución. Es una declaración contundente, todos los concurrentes advertimos su importancia.

Concluída la parte protocolar, Adriana anuncia que quiere visitar "sus" pabellones del sector de "máxima seguridad", en particular el pabellón N° 2, cuya población -aclara- es mayoritariamente homosexual. Yo pienso calladamente, por qué no iremos mejor a otro lugar, que no sea de máxima seguridad... Los demás concurrentes a la reunión se quedan tratando temas importantes y las chicas y yo nos internamos en una larga sucesión de pasillos desnudos, divididos por rejas cerradas, en compañía de un oficial.

Me alegra ver que la cárcel es limpia, luminosa y aireada. Es de construcción bastante reciente. Pero me desagrada tras-poner la sucesión de rejas que van siendo cerradas ruidosamente a mis espaldas. Impresiona el ruido metálico de los cerrojos y los candados. Retumba en los largos espacios vacíos. Por suerte no se siente frío, pienso. El área de máxima seguridad, al final de los prolongados corredores, está presidida por una construcción baja poli-gonal, rodeada de ventanas perimetrales, poblada de vigilantes que controlan desde su interior lo que sucede en los pabellones. Desde esa base se desprenden varias calles o veredas de hormigón, como los brazos de un pulpo, hacia cada uno de los pabellones concéntricos. Las chicas señalan a lo lejos un pabellón que deja ver dos o tres personas en la reja principal, es el N° 2. "Ahí viene Raquel...", me dicen. Raquel tiene las características físicas y el arreglo personal de una mujer. Se nota que es "fashion", viste una remera con la inscripción "Alcatraz"... (Pienso que Alcatraz debe haber sido mucho peor que estas cárceles de Florencio Varela). Raquel saluda a las chicas con un beso. Se muestra muy simpática y contenta de verlas. Habla con ellas de las últimas novedades y anuncia que le faltan pocos meses para salir. Un oficial acompaña a las chicas (ahora son tres) y a mí, hasta el pabellón. Ingresamos y él se retira, cerrando la reja una vez más a nuestras espaldas.

Los internos se alegran de ver a mis compañeras, las saludan con un beso, se los ve genuinamente contentos por la visita inesperada de un día martes. Adriana y Silvia conocen bien a todos. Ellos me saludan sorprendidos. Me siento contento de haber llegado por fin y de conocer las caras de estas personas cuyas vidas transcurren en este lugar impersonal. Nos hacen pasar a una primera habitación espaciosa, que hace las veces de comedor. Hay cocina, heladera, una mesa mediana y algunas si-llas. También se ven ollas, cacerolas y repasadores secándose. Nos invitan con agua o mate, es todo lo que tienen. Debo reconocer que cuando uno está separado del mundo libre por tantos muros y rejas, la sensación es muy angustiante, principalmente de encierro, claustrofobia, siento que me falta el aire aunque el aire entra abundante a través de varias rejas y ventanas. Me asusta pensar que mis nervios puedan traicionarme en forma imprevista. Por suerte dura poco, no más de tres o cuatro minutos, y pasa. Adriana les pide que le cuenten novedades, les pregunta si rezan el rosario. Entre los internos se producen algunas miradas incómodas y respuestas incompletas, que sí, que más o menos, que a veces. Adriana les pide que acerquen sus Biblias. Les dice que los personajes más importantes de los Evangelios han estado presos, como ellos. Jesús fue ejecutado estando preso. Pedro fue preso varias veces. Lo mismo que Santiago y muchos otros. Pablo escribió sus epístolas más célebres estando en cautiverio. Adriana les dice que la conversión y la fe dentro de las cárceles son doblemente importantes, porque ellos son quienes la sociedad re-chaza, y si ellos tienen fe y hacen una conversión interior, se transforman en una señal definitiva y auspiciosa para toda la sociedad. La escuchan respetuosos, en completo silencio. Asumen que en efecto, pueden ser muy importantes, quizás por pri-mera vez en sus vidas. Al final todos rezamos. Al despedirnos me piden que los visite de nuevo el viernes. Uno a uno les deseo que sigan bien y que se cuiden. Adriana se apresura porque tiene que sacar fotos de los talleres que están funcionando. Le pido que saque una de todo el grupo, allí mismo. Todos se entusiasman y posan de inmediato.

Cuando salgo del pabellón N° 2 me siento profundamente enriquecido por la experiencia. Estoy contento. Me había acercado a María de las Cárceles para tener esas vivencias y tempranamente han llegado. Las personas que acabo de conocer en algunos casos están cumpliendo sentencias de prisión muy largas. Muchos parecen ser muy inteligentes, pero no han tenido educación, o ésta ha sido apenas elemental. Su discurso es moderadamente transgresor y audaz. Hacen preguntas provocadoras del pensamiento, que desafían los convencionalismos. Quieren respuestas, no se conforman si no es con la verdad. Tengo la sensación de que cualquier otra cosa los desilusiona-ría. Intuyo, también, que han captado de mí muchas más cosas de las que nunca voy a poder imaginar. Que en ese lugar no funcionan las máscaras, poses e imágenes con las que solemos adornar en vano nuestra personalidad.

Salimos acompañados del mismo oficial y de Raquel. Somos conducidos a la biblioteca. Raquel está estudiando el secundario. Tiene que hacer una monografía sobre la obra de Sarmiento, está buscando material. Nos pide que la ayudemos si encontramos algo en Internet. Señala que ha empezado a leer el "Facundo", pero la aburrió. Entre los volúmenes descubro "Recuerdos de Provincia". Le digo que yo no lo he leído, pero que es quizás el libro más famoso de Sarmiento. Raquel conoce el título. Nos comunica que en su monografía analizará la obra de Sarmiento desde el punto de vista psicológico. Quedo pensando que va a ser interesante.

El taller de artesanía me sorprende porque exhibe una cantidad de tallas en madera de muy buena calidad. Los internos trabajan en un escudo que muestra a San Jorge luchando contra el dragón, cuya factura les ha encomendado el afamado Colegio San Jorge de Quilmes. El ambiente de trabajo es muy serio y los internos se ven muy dedicados.

Más tarde visitamos el taller de computación. Está ubicado en un primer piso con forma levemente poligonal, por lo cual goza de una excelente vista a las canchas y al campo. Por su orden y cuidado parece un aula de la universidad San Andrés. Sorprende la cantidad de computadoras, monitores e impresoras que tienen para reparar, luego serán destinadas a escuelas en el norte del país. Los internos saludan a Adriana y Silvia muy alegres. Viéndolos trabajar resulta difícil tomar conciencia de que están en la cárcel. Está con nosotros un alto oficial del servicio penitenciario. Trata a los internos con respeto y cordialidad y ellos le retribuyen de la misma forma. En mi interior hago votos para que ésto pueda ser siempre así.

La visita a la cárcel me descubre todo el trabajo hecho allí durante años por María de las Cárceles. Adriana y Silvia no se ufanan de ello. Les parece normal. No se adjudican méritos. Tengo la certeza de que lo atribuyen al Espíritu Santo, y parecen felices de ser su instrumento. Me alegro mucho de estar con ellas ese día.
Finalmente varios internos nos ayudan a cargar la camioneta con material de computación. Al verlo, un oficial me pregunta cuál es el lucro que obtiene la asociación. Le contesto que ninguno, que es sólo por ayudar. Me mira incrédulo. El camino de regreso vuelve a ser largo y pesado. A la altura de Avellaneda se nos interpone un piquete que desvía el tránsito. Llegamos a la Capital de noche, y todavía tenemos que descargar las computadoras en la sede de Lacroze. De camino pasamos por la parroquia de San Agustín. Hay que dejarle las fotos a Marina. Ese martes finalmente no llegué a trabajar. Pasé todo el día en las cárceles de Florencio Varela. Pero me pareció que había vivido una de las experiencias inolvidables de mi vida. Me voy a casa pensando que los caminos del Señor no son fáciles, pero transitarlos ya nos llena de felicidad.

César.
Voluntario "María de las Cárceles"


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